domingo, 21 de junio de 2009

Lo triste, lo delgado, lo sintético

Hoy estoy verdaderamente triste y cuando eso sucede me siento mas pesado que de costumbre. Las rodillas me duelen, siento los pies cansados, la vista dormida, me pica la cabeza y se me caen los hombros.
Hoy es uno de esos días en donde daría todo, por dejar un instante de ser yo, y el motivo es obvio, como siempre digo, tengo las expectativas más altas de lo que la realidad es en si, puedo ser líder solo de victorias o un cobarde de enfrentamiento. Llega un momento en la vida en donde la paupérrima obra se vuelve en lo que creo que es, pobre y vacía. En donde todas las palabras se transformas en ceniza y los alaridos en susurros débiles y patéticos.
Por eso me siento de alguna manera responsable por todos estos años de malos entendidos a causa de mi errónea comunicación y transmisión de ideas. Me odio por eso. ¡Soy un pibe común!
Recuerdo que de niño, solía ir de compras con mi madre a un mercado bien al estilo crisis de los 80s, cemento y chapas, que estaba pegado a la general paz, a unas cuadras de mi casa en ciudadela, en donde ni siquiera había un mínimo anhelo de gran supermercado que nos dio la década de los 90. Pero así y todo te abastecía. Traíamos las verduras, la carne, alguna que otra chuchearía, leche pan y cosas por el estilo. Mi vieja me metía en el changuito y me paseaba de aventuras de casa al mercado. ¡Que feliz era!
Ella trabajaba todo el día sin cesar, en la casa y con nosotros, mi hermana más grande y yo. Disfrutaba tanto de esos momentos en donde no tenía la más mínima preocupación por nada a pesar de las comodidades ásperas en las que vivíamos. De regreso la ayudaba con las bolsas, aunque solo fuese una bien liviana, que ella misma escogía para que no me maten los brazos, pero para mi era más que justo y me daba mucho placer hacerlo. Siempre ligaba algo, muchas veces como premio, supongo que pensaba que para mi era una molestia llevarme de aca para alla, lo que ella no sabe es que el mayor regalo era su compañía.
Sin embargo hondando en mis recuerdos, encuentro un detalle que refleja el desarrollo de mi reaccionar en los años posteriores a la infancia y ni que hablar en la juventud. Viví tanto en tan poco tiempo… Constantemente tenia la necesidad de que mi madre sintiese que me había ido, o perdido, entonces en cuanto ella se distraía me escondía en algún lugar en donde pudiera ver la desesperación de una mujer que pierde su hijo, disfrutando de la desesperación, sintiendo en carne viva lo tanto que ella me quería, hasta que me apiadaba de su dolor y cuando no lo soportaba mas saltaba del escondite con un grito o la asustaba por las espaldas provocando un gran abrazo desconsolado, gritándome y maldiciendo que no haga mas esas boludeces y que si me pasaba algo se moría. Lo paradójico es que eso mismo que le hice a mi madre me lo hago ahora a mi. De alguna manera necesito saber hasta donde sos capaz de abandonar por mí y me alejo y me escondo detrás de mi corazón espiándome macabramente hasta que me inunda la desesperación y salto desde lo más profundo de mi corteza para abrazarme y seguir adelante.
Siento tristeza por el mundo en el que vivo, que nos las hace tan difícil todo el tiempo, por este castigo carmatico que es el vivir. Porque se que nacimos para ver morir las cosas y porque a pesar de todos mis intentos no puedo dejar de ser un mediocre que no hace nada para cambiar las cosas. Por eso aunque me disfrace nunca voy a estar más ni menos sumergido en esta agua turbia que es mis existencias.
Ahora se que el buzo soy yo y el oxigeno es largo pero finito.

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