domingo, 21 de junio de 2009

La minuscularidad

Una luz resplandeciente, se acercaba con fuerza al final de la calle, en el sueño de la otra noche. Los edificios de fachadas europeas se transformaron en imágenes de video juego, deshaciéndose a mis costados como montañas de helado expuestas al sol.
Sólo éramos la luz y yo, frente a frente, desafiándonos. Giro en mi mismo y en gritos que nunca salieron de mi boca, veo como el viento que se congela congelándose también mis líquidos corporales. Entumecido y mudo, confundido pero atento y seguro, al real, para mí abismo al que se aproximaba, me abrazo y siento los codos astillados, subo lentamente los dedos hacia los hombros y noto protuberancia emplumadas que me explotan de la espalda hasta los talones. Un mar de sangre me rodea y la luz, ya encima mío, perfora la retina de estos ojos, induciéndome al encierro y a la libertad al mismo tiempo. Acaricio desesperadamente las sienes y con una fuerza que no que no recuerdo haber vivido, me envío como un tirabuzón al vacío de los aires que respiramos y nos contamina.
Elevándo, lo siento, lo siento en los ojos, en la cara, en mis brazos, me llena de placer. Y veo desde acá, el mundo, y lo veo tan pequeño y débil, tan manipulable, como la inmensidad nos ve, como la soberbia y el horror se vuelven microscópicos y cuanto entiendo de mi vida…
Puedo ver los mares, aún cristalinos y su movimiento orgánico con toda su fauna. Puedo ver los paisajes, las montañas, los hielos, las auroras boreales, los polos y la vegetación. Hasta que la belleza me duele con el fuego que sale de hombre imprudente que toca desesperadamente todo dejando solo polvo y cenizas. Y caigo. Y mis brazos, son sólo brazos y mis manos, sólo cuerpo. Sé que no puedo evitar estrellarme, entonces enfrento la gravedad y abro los ojos lo más que puedo para ver cuan violento será el impacto.
No hay impacto, solo es el reflejo con el que me levanto todas las mañanas, cuando abro los ojos y miro el techo y en esas décimas de segundos no lo logro entender de que está hecho, hasta que las pupilas se van acomodando a la luz y mi habitación en silencio semental, pero con los residuos de sonidos de una familia que se disgrega minuto a minuto con el paso del tiempo, resisto el cuerpo, aún adormecido y le ordeno que se levante, me arrastro hacia el centro musical, lo enciendo y poco a poco los sonidos de ese amor que nunca me abandonó me da el beso de los buenos días.
¡Qué linda es la música! Cuanto me acobija en su inspiración, cuanto me da ganas de vivir, cuanto que entiende de mí, cuanto me hace ver que el arte es mi salvación en esta salsa donde todos metieron la mano y dejaron quemar en el fuego. Mi esencia, mi hombre de la canción, tu amante absoluto, nuestro único impulso hacia la felicidad.

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